Cadáver exquisito
Ella esperaba en la puerta de su casa
el taxi que había pedido por teléfono.
Recordó los sucesos de la tarde y una
furtiva sonrisa se alojó en su rostro.
Una brisa leve otoñal movía sus
cabellos ondulados y su falda.
No hacía calor pero aún conservaba el sudor
en la piel mezclada con el aroma de él.
- A Cabildo y Juramento -
De su cartera tomó un pañuelo y el
celular. Mientras verificaba mensajes y llamadas recibidas, pasó el pañuelo por
su cuello, impidiendo que pequeñas gotas se deslicen por su cuerpo.
Luego se acomodó mejor a observar el
paisaje de la ciudad. Los recuerdos se amontonaban y la sonrisa volvió a
a instalarse en su cara.
-
Se la nota muy contenta Señorita, dice el taxista mirando por el
espejo retrovisor como queriendo averiguar con lujo de detalles esa sonrisa
inigualable.
Ella no le
respondió, tan solo hizo una mueca tímida, no quería salir de sus pensamientos.
Ella estaba reviviendo minuto a minuto las escenas transcurridas como en una
película en cámara lenta.
Todo había empezado en aquel
ascensor antiguo y pequeño. La voz y el perfume del hombre que subía con
ella, le impidió recordar su destino.
- A qué piso? –
Ella respondió con un balbuceo, tosió
levemente y sonrió.
El hombre también. Se cruzó de brazos y
dijo.
-Bien, en ese caso, nadie se mueve de
aquí hasta que recuerde a qué piso va… tenemos todo el tiempo del mundo.-
Ahora ambos coincidieron en la sonrisa.
La mujer revisó en su cartera, y en el
intento de encontrar un papel, el lápiz labial huyó con rumbo al suelo.
Ambos desesperados por el
desplazamiento del objeto se abalanzaron sobre él, quedando muy cerca uno del
otro, y se encontraron en una mirada que detuvo el tiempo y el espacio.
Un impulso los dejó sin pulso, y se
besaron con pasión desbordante. Él la arrinconó contra las paredes del ascensor
y empezó a tocarla hasta que ella se mojara de calentura, y unos gemidos
tímidos salieran de su boca.
La mujer aceptó el juego y comenzó a
frotarlo contra ella, sexo contra sexo, mientras sus manos subían y bajaban en
la espalda y nalgas del hombre.
Durante el forcejeo erótico, él logró
oprimir el piso cinco. En segundos, las
bocas siguieron mordiéndose mutuamente.
Las respiraciones entrecortadas.
Él salió primero del ascensor, con un
fin concreto. Llegar hasta la puerta 22 para abrirla inmediatamente.
La mujer cerró suavemente el ascensor y
siguió ese mismo camino.
En su deambular por el pasillo en
penumbras, ella, embriagada de éxtasis sin pensar demasiado comenzó a
desabrocharse la blusa blanca, la apertura de los botones dejaba al descubierto
sus pechos envueltos en calentura.
Él saboreó sus formas a distancia
mientras frenéticamente abría la puerta de su departamento. La tomó de la
cintura, mientras le clavaba la lengua en el paladar, era su forma de invitarla
a pasar, no sabían ni sus nombres pero nada los detendría. Estaban presos de
sus más primitivos instintos que no estaban dispuestos a reprimir.
Alguno de los dos cerró la puerta. Él
terminó por desabrochar los botones de esa blusa blanca, que quitó veloz
arrojándola a cualquier lugar. La mujer colaboró destrabando el corpiño,
también blanco.
La
aparición de los pechos, de pezones erguidos, no hizo otra cosa que
aumentarle el deseo. Iba a acariciarlos, pero su boca se adelantó.
Primero fueron besos pequeños; luego la
lengua dio rodeos al pezón, estimulándolo aún más.
Sentía que su sexo buscaba lugar en su
pantalón. La erección era inocultable.
Se mordió el labio inferior de mirar su
pantalón abultado, y empezó a rozarlo por encima con sus pequeñas manos, bajó
su cremallera, y su lengua empezó a buscar esa pija erecta, la tomó con sus dos
manos, mientras le apoyaba en sus labios
y sentía como hervía, su lengua comenzó a rebordear su glande, a medida que ella recorría de punta a punta
con su lengua, con otra mano se rozaba el clítoris suavemente.
Él la dejó hacer, pero sabía que en esa
situación constante, le haría explotar con anticipación.
Así que con suavidad, condujo a la
mujer al cuarto, y la recostó boca arriba en la cama.
Al mismo tiempo le quitó la falda y su
prenda interior.
Le recorrió ambas piernas por toda su
humanidad, desde los pies hasta los muslos. Los abrió suavemente, y hundió su
boca en esa concha húmeda, caliente.
Jugaba con su lengua en círculos y
furtivamente pasaba la puntita por el clítoris.
La mujer contestaba con movimientos pélvicos sinuosos.
Luego pasó sus manos por detrás de las
nalgas, mientras su boca se hundía más en esos labios hirvientes.
Parecía estarle dando un beso de lengua
profundo a su concha.
Y ella lo miró con una mirada perdida,
mientras abría sus piernas y se clavaba sobre esa pija, que montaría a su
antojo, hasta saciar todas las ganas contenidas.
Él la puso en cuatro y empezó a
penetrarla sin descanso mientras la tomaba de la cintura; ella arqueaba su
columna de placer, y se perdía frente a sus designios.
La cabalgaba sin respiro; cada tanto le daba un cachetazo erótico a las
nalgas, y continuaba.
Sentía la presión de los labios en su verga. Y eso lo calentaba más.
Los movimientos se hicieron más
rápidos, los gemidos más fuertes.
Y no pudieron retenerlo, ella acabó
sobre su pecho con un grito descontrolado, mientras él la inundaba de semen. Su
interior se llenaba de su orgasmo que salía en forma pulsátil de su glande,
ella se contraía aún más… como exprimiendo hasta la última gota de tan
exquisito elixir.
No dejará de probarlo, se salió de él,
introdujo sus dedos y sacó unas gotas que llevó a su boca.
Esa impronta quedaría para siempre en
su memoria, y le recordaría aquella tarde alocada, que se entregó en forma
salvaje a un perfecto desconocido.
Estiró su brazo, paró un taxi. Y
mientras subía al vehículo podía notar como desde la ventana un hombre olfateaba
su tanga como un objeto de deseo.
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